La vitrina del Narcisismo

El relato del profundo dolor que se oculta detrás de la grandiosa armadura narcisista.

Mi vida es como una vitrina, dice. 

“Una vitrina donde expongo todo lo bueno. 

Porque uno en una vitrina no pone sus demonios. 

No. 

Uno pone sus más grandiosas cualidades, las más especiales, para que todo el mundo las observe, las deleite y diga cosas absurdamente hermosas. 

Y ahí, en esa pausa acompañada de ese decir, de esa mirada y de esa expresión, logro sentir que sí valgo la pena, pues en ese instante corroboro que sí soy importante, que soy de admirar, que no soy una más. 

“Qué maravilla de maniquí”, dirían. 

Porque claro, no es cualquier vitrina. 

No. 

Es una vitrina de esas lujosas, elegantes, brillantes y doradas. 

De esas como las que uno ve por la 53 cuando es Navidad, que brillan a distancia. 

Aquellas en las que uno pasa y dice “uy, qué fino, qué especial, impecable, lo máximo”. 

No es cualquier vitrina.

No.

Es lo más de lo más. 

Si no, sería una más, 

Y, ¿quién quiere entrar a comprar lo que hay en un almacén que tiene una vitrina igual a las demás?”

Hace una pausa acompañada de un suspiro suave y pesado.  

Pasa saliva.

Y continúa…

“Pero la realidad es que estoy cansada, severamente agotada. 

Tengo mucha rabia y mucho dolor. 

¿Usted sabe que es levantarse temprano todos los días y vivir cada segundo pendiente de la excelencia de esa vitrina? Todos y cada uno de los días me la paso arreglando cada esquina de esa vitrina, limpiando cada objeto y cada rincón; restregando el vidrio, recogiendo la basura y asegurándome que no haya nada sucio; cogiendo cada bola de cristal y brillándola, que se vea a relucir desde cualquier ángulo; poniendo todo en su perfecto orden para que todos lo miren y digan ¡que bien puestecita está esa vitrina, todo está donde tiene que estar! 

Pero eso sí, claramente a mí me dan más duro que a las demás, pues todos los ojos están puestos en esa vitrina esperando que algo se caiga para caerle con toda su fuerza.

Y aun así, yo me mantengo firme. Fuerte. Aparentando invulnerabilidad. 

Como si fuesen impenetrables sus palabras, pretendiendo así no escucharlos, incluso finjo ni mirarlos, haciéndoles creer que su opinión es tan banal como la de un simple civil más. 

Continuo con lo mío. 

Pero cada vez con más vigor. 

Pues no crean, sus palabras me penetran. 

Así que me propongo superarme a mí misma para así vengarme. 

Pulirme más, brillar más, destacar más. 

Todo para hacerles tragarse sus juicios, sus críticas y sus descalificaciones, que se avergüencen de sus suposiciones. 

Pero a fin de cuentas, todo eso, ¿para qué? 

Si vengo a ver las demás vitrinas, por ejemplo, la de mis primas, y son un desastre, todas chorreadas, sucias y dejadas… 

¿Y saben qué? 

La gente igual pasa, entra y, lo peor, ¡les compra! 

Y yo aquí, madrugando y trasnochando, tratando de convencer al mundo entero de que soy mejor, buscando la manera de que me miren a mí, que me compren a mí, que me prefieran a mí, puta, que me quieran a mí… 

y nada… 

solo miran la vitrina, la alaban (o la critican) y siguen derecho. 

Y aunque pareciera ni importarme, escasamente inmutarme, realmente por dentro lo que siento pura envidia y demasiada rabia, tanto que quisiera ratificarles a todos que lo que hay en esta vitrina sí es valioso y digno de ser querido. 

Me dan ganas de decirles que son unos idiotas, casi que patearles, exclamándoles con el ceño fruncido, los puños cerrados y las patadas listas y en sus marcas, “Ustedes son ciegos, ¿o qué? Pedazo de imbéciles, ¿Acaso es que no me ven?… Quiéranme…” 

Y con esta palabra se cae la rabia. 

Le es imposible mencionarla y no caer en una profunda tristeza. 

Sus ojos empiezan a brillar para acompañar el dolor de su herido corazón, penetrando su alma y recorriendo su cuerpo hacia el escondite más recóndito y profundo de su alma, donde habita su vacío más agudo. 

Ya que, finalmente, se da cuenta que todo se reduce a nada. 

Pues cae el sol, llega la noche y la realidad la atropella con la más cruda y dolorosa verdad: su vitrina está perfectamente vacía, impecablemente sola y lujosamente relegada, como aquel objeto que todos tienen en casa para deleitar a la visita, pero a la hora de éstos partir, ningún ser se lo lleva a la cama puesto que ningún ser le ama… 

En honor a una amada paciente, quien ha tenido la valentía y el coraje de romper su armadura para desmontar su vitrina y tumbar la grandiosidad con la que fue construida. Para así, con la fuerza que ya no tenía, volverla a armar desde los escombros de la humildad. 

Con todo lo que ella realmente es. 

Con todas sus manchas, sombras, miedos e inseguridades. 

Con la misma humanidad que la hace parte de nosotros y, aun así, le permitirá perpetuar su verdadera unicidad, para resurgir desde la humildad de su esencia y luchar con toda la prepotencia, derribando la imagen con la que construyó un muro impermeable, aparentemente invulnerable y, dolorosamente, indeseable

Admiro y honro tu existencia, 

pues he tenido el privilegio de conocer, sentir y amar, ese hermoso corazón que se oculta allí detrás.

Gracias por darme el regalo de permitirme verme y transformarme a tu lado, porque a través de tu vitrina, veo la mía.